miércoles, 26 de marzo de 2014

Leyenda del Cristo de la Vega (José Zorrilla)

El Cristo de la Vega es una leyenda popular toledana convertida en pieza literaria por José Zorrilla bajo el título A buen juez, mejor testigo, que fue incluida en su volumen Poesías (1838). La leyenda hace referencia a una figura de la antigua basílica de Santa Leocadia.
   
Trama
Había en Toledo dos amantes: Diego Martínez e Inés de Vargas. Estos dos se amaban locamente, pero un día llegó una mala noticia para los dos, Diego tenía que partir hacia Flandes y esto sembró el miedo y el terror ante los dos, ya que este viaje les separaría y  solo Dios sabe por cuanto tiempo. Llegó la hora de la despedida y esta se produjo en la capilla del Cristo de la Vega en la cual los dos se juraron amor eterno y Diego tocando los pies de Cristo prometió desposarla en cuanto regresara. 
 Mientras Inés se marchitaba de tanto llorar, ahogándose en su desesperanza y desconsuelo, desesperado sin acabar de esperar, aguardando en vano la vuelta del galán. Todos los días rezaba ante el Cristo testigo de su juramento, pidiendo la vuelta la Diego, pues en nadie más encontraba apoyo y consuelo. 
   Dos años pasaron y las guerras de Flandes acabaron, pero Diego no regresaba, pero Inés nunca desesperó y todos los días acudía al miradero en espera de ver aparecer a su amado. Un día vio aparecer un tropel de hombres a lo lejos que se acercaban a la muralla de la ciudad, y se encaminaban a la plaza del Cambrón, esta fue corriendo hacia allí a ver quienes eran como había hecho muchas otras veces, cuando allí llegó el corazón le palpitó con fuerza, al frente del pelotón de hombre en cabeza iba Diego. ¡Por fin! Tanto tiempo esperando dio fruto, Inés dando gritos de alegría agradecía al cielo el haberle traído sano y salvo, pero Diego al verla le hizo caso omiso como si no la conociera y dando espuelas al caballo se adentró en las callejuelas de Toledo.
   ¿Qué había hecho cambiar a Diego Martínez? Posiblemente fuera su encubrimiento, pues de simple soldado fue ascendido a capitán y a su vuelta el rey le nombró caballero y lo tomó a su servicio. El orgullo le había trasformado y le había hecho olvidar su juramento de amor; negando en todas partes que él prometiera casamiento a esa mujer.
Inés no cesaba de acudir ante Diego, unas veces con ruegos, otras con amenazas y muchas mas con llanto; pero el corazón del joven capitán de lanceros era una dura piedra y continuamente le rechazaba.
 En su desesperación solo vio un camino para salir de la dura situación en que se encontraba, ya que en todas partes de la ciudad murmuraban sobre el caso de Diego e Inés, y fue acudir al gobernador de Toledo que en esta caso era Don Pedro Ruiz de Alarcón y le pidió justicia. Don Pedro hizo acudir ante él en el tribunal a Don Diego Martínez y a Inés y primero escucho a uno contar lo acontecido para mas tarde escuchar a Diego negar haber jurado casamiento a Inés. Ella porfiaba y él negaba. No había testigos y nada podía hacer el gobernador. Era la palabra de uno contra la del otro.
   En el momento en el que Diego iba a marcharse con gesto altanero, después de que don Pedro le diera permiso para ello, Inés pidió que lo detuvieran, pues recordaba tener un testigo. Cuando la joven dijo quién era ese testigo  todos se quedaron paralizados por el asombro, tras un silencio aterrador y una breve consulta de don Pedro  con los jueces que le acompañaban decidieron ir al Cristo de la Vega a tomarle declaración.
Todos se acercaron a la ermita, un tropel de gente acompañaba el cortejo, pues la noticia del suceso se había extendido como la pólvora. Entraron todos en el claustro, encendieron ante el Cristo cuatro cirios y se postraron de hinojos a rezar en voz baja. a continuación un notario se adelantó hacia la imagen y teniendo a los jóvenes uno a cada lado y después de leer la acusación en voz alta, demandó a Jesucristo como testigo:
   -¿Juráis ser cierto que un día, a vuestras divinas plantas, juró a Inés Diego Martínez por su mujer desposarla?
   Tras unos momentos de expectación y tensión el Cristo bajo su mano derecha, desclavándola del madero y poniéndola sobre los autos abrió los labios y exclamo:
- Sí Juro.
Ante este hecho los ambos jóvenes renunciaron a las vanidades de este mundo y entraron en sendos conventos.

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